CAPITULO 11 “Don’t stop… pero ¿qué pasa si ya paré de creer?”

Hay canciones que no se escuchan.
Se quedan.
Como cicatrices suaves, como fotografías sin marco.

Don’t Stop Believin’, de Journey,
es una de esas canciones.
La canta Steve Perry, una de las voces más legendarias del rock estadounidense.
Dicen que nació de un momento de crisis,
una noche en que él dormía en un colchón en el suelo,
pero seguía soñando con llenar estadios.
Así como todos soñamos con llenar vacíos.

Yo la escuché por primera vez en Monster.
Aileen Wuornos —interpretada por Charlize Theron— es una mujer rota por el mundo,
pero con una capacidad de amar tan cruda que asusta.
Conoce a Selby,
una chica aparentemente inocente,
que la mira con ojos de refugio…
pero termina siendo su mayor abandono.

Hay una escena donde patinan,
felices, libres, amándose como si nada las persiguiera.
Y suena Don’t Stop Believin’.
En ese instante, uno cree que todo puede ir bien.
Pero no.

Selby no la salva.
La traiciona.
Testifica contra ella.
Y Aileen, incluso sabiendo eso,
la sigue amando.
En silencio.
Con todo el amor que nadie le enseñó a tener.

Y ahí es donde me vi reflejada.

Antes de conocer a Leo, vi esa película.
Y sin saberlo, me estaba anticipando a mi propia escena.
Yo también patiné sin frenos.
Yo también amé sin cláusulas.
Y sí… también terminé siendo traicionada.
No con un juicio, pero sí con la ausencia.

Él —Leo— hablaba de música como si fuera poesía.
Y yo, que ni sabía el nombre de la banda,
me dejaba envolver.
Cuando escuchamos juntos Don’t Stop Believin’ yo ya cargaba vida en mi vientre
y esperanza en el corazón.

Hoy, cuando suena esa canción, no lloro.
Pero cierro los ojos.
Y me acuerdo de cómo me hacía sentir segura,
incluso cuando el mundo no lo era.

A veces, el amor no necesita explicación.
Solo sucede.
Y a veces… se queda incluso cuando la persona ya no está.

 ¿Quién sostiene a la que lo entregó todo?
¿Cuántas veces puedes patinar sin romperte?
¿Es posible extrañar sin debilitarse?

No lo odio.
No lo culpo.
Solo lo pienso…
como se piensa en los amores que dejaron marca,
no por lo que dolieron,
sino por lo que despertaron.

Extraño su forma de hablar de canciones.
Como si cada nota tuviera un significado secreto que solo él conocía.
Y sí… cuando suena Don’t Stop Believin’,
siento que algo de mí aún lo escucha con él.
Como si el eco de lo que fuimos
siguiera vivo en algún rincón del universo
donde aún somos posibles.




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