Capitulo 19 "ghost town" y la habitación más triste del circo

Julio. Siempre julio.

No importa cuánto haya pasado, cada vez que el calendario se acerca a ese mes, mi cuerpo lo recuerda antes que mi memoria. Y no es nostalgia. Es advertencia.

Vivía en Yauri, en ese entonces, con Dante. Después de destruirnos muchas veces, decidimos intentarlo una vez más. Buscamos un lugar para empezar de cero. Y lo encontramos:
una especie de dúplex con paredes frías y un baño que parecía decorado por un payaso desquiciado. Todo era naranja. Naranja chillón, naranja agresivo. Como si alguien hubiera querido gritar algo con azulejos.

Ese baño se convirtió en mi escondite.
Mientras afuera todo era fiesta, tragos, lujos, música a volumen infernal y Dante llenándome de lo que quisiera —ropa, licor, afecto en dosis desiguales—, yo me encerraba ahí.
Me sentaba en el piso helado, entre el lavamanos que goteaba y el espejo empañado, y hablaba con Mr. Jay.
Le mandaba videos, le escribía canciones sin decir que eran para él. A veces lloraba en silencio. Otras, solo me miraba a los ojos en el reflejo mientras sonaba la canción que Amanda me mandó.

Ghost Town, de Cheap Trick.
Esa canción la escuchó Amanda antes de intentar desaparecer.
Se había desvanecido emocionalmente, y me la pasó como una especie de legado.
“Escúchala si un día te sentís sola”, me dijo.
No pensé que lo haría con los ojos vidriosos, en un baño naranja, sintiéndome más fantasma que nunca.

Dante lo sabía todo. Lo sentía.
Y sus celos eran un monstruo sin forma.
Celoso de sus amigos, de mis silencios, de mis pensamientos.
De Mr. Jay. De Amanda.
De cualquier cosa que me conectara con un mundo donde él no existía.

Entonces llegó julio.
Como una ola negra.
Dante descubrió conversaciones, verdades a medias, secretos que ya no eran tan secretos.
Y estalló.
Su furia fue como un carnaval oscuro: gritos, culpas, empujones, un caos que terminó por romper lo que apenas se sostenía con cinta adhesiva emocional.

Recuerdo una noche exacta.
Amanda y yo hablábamos por mensaje.
Ambas sabíamos que todo había terminado.
Yo no tenía fuerzas ni para llorar. Solo escuché Ghost Town en el celular mientras me refugiaba, una vez más, en ese baño maldito.
El reflejo del espejo ya no me devolvía la mirada.
Y por un segundo, juro que no supe si estaba viva.

Desde entonces, cada julio nos avisamos con Amanda:
“Cuidado, ya es julio”.
Como si fuera un demonio que ronda, un virus emocional que regresa con forma de canción.

Ese baño sigue ahí.
En ese lugar que nunca volví a pisar.
Esperando a su próxima huésped.
Una que crea que está comenzando una historia de amor…
cuando en realidad, está entrando a la habitación más triste del circo.

"It’s a ghost town, baby… and I’m the only one who stayed."
Es un pueblo fantasma, amor… y yo fui la única que se quedó.

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