CAPITULO 16 El nombre que todavía no me he borrado
Hay un nombre que llevo conmigo.
No en el corazón —porque ahí las cosas se desvanecen con el tiempo— sino en la piel. Tatuado. Silencioso. Inevitable.
Ese nombre es Damían.
Lo conocí en la universidad. Él tenía 22 años. Era de esos chicos que parecen haber nacido con un mapa en la mano y la brújula en el corazón. Ambicioso, seguro, con los pies en la tierra y la mirada fija en todo lo que quería conquistar. Cuando no trabajaba como jefe de flota en una empresa de transportes, mezclaba música como DJ por hobbie. Me llevaba con él, a discotecas, a restaurantes, a donde fuera. Siempre tenía tiempo para sorprenderme.
Me recogía en distintos carros —todos buenos—, pero mi favorito fue el Toyota Prado. En ese auto viví muchas cosas. Como cuando viajé a Espinar para verlo y el bus se malogró a tres horas del destino. Él vino por mí. Llegó manejando, con esa calma suya. En el camino, los dos teníamos las manos en la palanca de cambios, y casi nos gana el sueño. Por poco nos vamos al barranco. Por poco... y por suerte, no.
Dormíamos juntos, nos íbamos a la playa, me daba de comer en la boca y me decía “cosita rica” como si el mundo no existiera. Me engría, me cuidaba, estaba ahí. Y yo, tan inmadura en ese entonces, no supe cuidar lo que teníamos.
Nunca pensé en borrarme su nombre.
Porque no me hizo daño. Porque, en realidad, me hizo sentir viva.
Pero ahora siento que sí es tiempo.
No por odio. No por pena.
Sino porque mi piel ya no necesita cargar con lo que mi corazón aprendió a soltar.
Damían fue un gran amor.
Uno de esos que ocurren cuando todavía no sabes quién eres.
Y quizá por eso, nunca terminó de funcionar.
Yo no estaba lista.
Él sí.
Y me pregunto...
¿En qué momento confundimos inmadurez con amor?
Damían, con solo 22 años, ya sabía lo que quería.
Lo dijo, lo mostró, y lo sostuvo.
Nunca huyó. Nunca se escudó en el orgullo. Nunca dejó de dar lo mejor que podía ofrecer.
Y eso… eso es algo que hasta hoy admiro.
Porque ser fuerte no es desaparecer.
Ser fuerte es quedarse y construir.
Y a veces, lo que más cuesta soltar…
es lo único que de verdad nos enseñó a amar.
Comentarios
Publicar un comentario