Capítulo 17 Dos corazones, una niña de doce

Tenía solo doce años, pero ya sabía lo que era el vértigo en el estómago cuando alguien te gustaba. Y lo curioso es que ese año no me gustó uno… sino dos.

Por un lado, estaba Romel. Mi vecino, seis años mayor, el típico chico que hacía que todas las chicas del barrio se acomodaran el cabello cuando pasaba. Alto, guapo, con ese aire de misterio que solo tienen los chicos malos que parecen saber perfectamente qué quieren y cómo lo consiguen. Lo conocí en una festividad del vecindario, y desde entonces no dejé de inventar excusas para cruzarme con él. Me hice mejor amiga de su prima solo para saber más de su vida. Y lo logré. Aprendí qué música escuchaba, qué temas le interesaban, qué series le gustaban. Cambié mis gustos solo para tener algo de qué hablar con él. Empecé a escuchar Maroon 5, Adele, Bruno Mars… aunque en realidad lo mío era el rock.

A veces pienso que Romel sonaba a “Marry You” de Bruno Mars. Tenía esa vibra de promesa bonita, de aventura que te hacía sentir especial. De esos amores que idealizas y guardas en una caja con la etiqueta “intocable”.

Y al mismo tiempo, en el colegio, estaba Yojan. Tenía mi misma edad, era dulce, atento, tímido. Me buscaba en cada recreo, me miraba como si fuera todo su mundo. Una vez, incluso me regaló una rosa en medio del patio. Y yo, en mi mezcla de nervios e inmadurez, hice lo más tonto que podía hacer: la tiré al suelo y salí corriendo. Todos nos miraban. Me palteé. Su corazón, probablemente, se rompió en ese mismo instante. Dicen que lloró. Dicen que no entendía por qué.

La verdad es que yo tampoco lo entendía del todo. Solo sabía que me gustaban los dos. Que me gustaba la seguridad de Romel y la ternura de Yojan. Que me sentía en el medio de algo que no podía controlar. Era una niña jugando a ser mujer, atrapada en emociones reales.

Yojan sonaba a “Mi error” de Don Tetto. Tenía esa energía trágica de un amor mal entendido, de un corazón que da sin medida y no entiende el rechazo. De esos amores que duelen por siempre… no por lo que fueron, sino por lo que no pudieron llegar a ser.

Romel fue quien terminó acompañándome a mi primer quinceañero. Estuvo en casa, conversaba con mi mamá con esa seguridad que dan los años. Yojan seguía esperándome, citándome en las escaleras del colegio, mandándome mensajes a ese celular moderno que mi papá me había regalado. Aún lo tengo, por cierto. A veces lo enciendo solo para leer esos mensajes que huelen a inocencia y amor adolescente.

Pero todo eso se derrumbó. Como una historia que no llegó a escribirse completa. Mis padres se separaron. Tuve que mudarme. Cambié de casa, de colegio, de amigos, de vecindario. Y sin despedidas, esos dos amores se quedaron atrás. Uno, como el chico que me enseñó a querer a alguien más grande. El otro, como el que me quiso con todo su corazón de niño.

Hoy, al recordarlos, me doy cuenta de que a veces la vida te pone en medio de dos caminos, y no eliges ninguno. Porque el destino ya decidió por ti. Porque tu historia de amor tenía otro final. O quizás, ningún final.

Pero esa no fue la última vez que escuché esas canciones.
Y esta, apenas fue la primera parte de mi historia.
En el siguiente capítulo, contaré lo que vino después…
Porque Romel y Yojan, aunque se quedaron atrás, dejaron ecos que aún resuenan.

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